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11: Temporal muy duro » Capítulo 2

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—¡Ya llegan! ¡Ya llegan!

Un alegre bullicio se había apoderado de la recepción. La gente aplaudía y se reía, como si viajaran en un avión chárter que acababa de aterrizar en la pista. Algunos brindaban, otros empezaban a recoger sus cosas, como si esperaran marcharse a casa al cabo de unos minutos. Las catorceañeras ya se estaban poniendo la ropa de calle: nadie quería perderse el espectáculo del enorme helicóptero aterrizando sobre una espesa capa de nieve en medio de la noche.

—No podrán aterrizar —dijo Johan—. No podrán aterrizar en esta nieve polvo. ¡La máquina volcará!

Se había colocado junto a la ventana, cerca de la larga mesa, para contemplar las luces que se acercaban sobre el lago Finse. Ahora el helicóptero volaba muy bajo y despacio. Los reflectores se movían de un lado para otro por encima de los enormes montones de nieve. El hermoso espectáculo de los cristales de hielo brillando a la cegadora luz azul y blanca despertaron gritos ahogados de admiración en algunas señoras mayores. Cuando la máquina alcanzó el tejado y la perdimos de vista, no habría más de veinte metros de distancia entre el caballete y el helicóptero. El edificio entero tembló, pero por esta vez el estruendo no avisaba de un peligro amenazador. Ese ruido llegaba como un deseado consuelo; un saludo de aquella vida que en realidad era la nuestra, muy lejos de Finse y de un huracán que aún no sabíamos que había sido bautizado con el nombre de Olga.

Todos los que habían seguido la llegada del helicóptero corrieron hacia la salida. Incluso Adrian parecía animado. Dejó a Veronica sentada sola junto a la puerta de la cocina, con esas ridículas cartas diseminadas por el suelo. El chico hablaba en tono animado con una de las jugadoras de balonmano; parecía haberse olvidado de lo altivo que era normalmente.

—No podrá aterrizar —repitió Johan.

Una voz metálica se mezcló con todos los demás sonidos, y los que aún no habían alcanzado la puerta, se detuvieron en seco.

—Hola: les habla la policía. Repito: les habla la policía. Vamos a dejar en tierra a tres agentes. Por favor, manténganse alejados del andén. Repito: manténganse alejados del andén.

Johan respiró aliviado, mientras corría hacia la puerta.

—¡Apartad! —gritó—. ¡Todos adentro! ¡Alejaos de la puerta! ¡Todos adentro!

Los jóvenes protestaron enérgicamente. Un par de hombres empezaron a pelearse medio en broma medio en serio al lado de la tienda, y Mikkel tuvo que intervenir. La señora que hacía punto se echó a llorar una vez más, con voz alta y estridente. Berit llegó corriendo de la cocina.

—¡Calma, por favor!

Berit se había convertido en otra persona en el transcurso de los últimos días. Había adquirido una fuerza mayor que la de Johan, a pesar de la superioridad física del hombre de montaña. De ser una amable directora de hotel con una manera de ser agradable, Berit había pasado a convertirse en la jefa de Finse 1222.

—Ahora vamos a calmarnos —vociferó paradójicamente con una sonrisa—. Id todos a sentaros al Salón Azul o a la Taberna de San Paal. ¡Vamos!

La gente se tranquilizó. Se encogían de hombros y se miraban de reojo. Nadie dijo nada y todos se encaminaron hacia dentro, mientras se quitaban gorros y chaquetones. Algunos arrastraban los pies a regañadientes, otros se movían con la cabeza alta y actitud arrogante, como si se hubiera confirmado que tenían razón en algo que a mí se me escapaba.

—¡Les habla la policía! —gritó de nuevo la voz metálica—. Por favor, permanezcan dentro durante la operación de aterrizaje. Repito: todo el mundo tiene que permanecer dentro.

Kari Thue no se encontraba en la recepción. Pensándolo bien, no la había visto desde la cena. No era de extrañar, en realidad, puesto que me había pasado la mayor parte del tiempo en el despacho, sin ver a nadie más que a Geir Rugholmen.

Pero su ausencia me inquietaba un poco.

Severin había avisado a la policía. En la carta que Geir había logrado entregarle con gran esfuerzo, yo le pedía que además de investigar quién había malversado fondos en la Agencia de Información a finales de la década de los noventa, comunicara a las autoridades competentes que en Finse 1222 no solo se había cometido un asesinato, como se les había informado antes de que se cortara la comunicación con el mundo exterior, sino dos.

La gente se dirigía al edificio anexo, mientras las hojas del rotor enviaban profundas vibraciones al interior del castigado hotel. La decepción al descubrir que el helicóptero no había venido a buscarlos a ellos, que la vuelta a casa se posponía, la vergüenza de haberse dejado entusiasmar y alegrarse sin razón… se reflejaba en las caras largas que desfilaban ante mí sin mirarme.

Me quedé en medio de la estancia, esperando.

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