08

08


Está harto de cada nuevo amanecer. Desde hace unos meses siempre es lo mismo. Ha tratado de borrar las imágenes de los asesinatos cometidos, pero éstas inundan su cabeza y lo obligan a recordarlas. Son los fantasmas que quedaron de esa partición delirante. 


Abre los ojos y se sacude en la camilla aplicando toda su fuerza para tratar de liberarse. Sin embargo, los amarres no ceden y se aprietan con más fuerza hasta el punto de cortar su circulación. Algunas baldosas superiores de la pared van resplandeciendo a través de las grietas y poco a poco un rayo mustio desciende revelando la maleza que crece entre las juntas. En esa ocasión se percata de una lánguida rama florecida, pero su singularidad termina por extinguir la esperanza de una repetición. Sabe, condenado como está a no salir de esas cuatro paredes por un buen tiempo, que las mutaciones de luz en los muros son su única esperanza de conservar algo parecido a la cordura. Por esa razón, cuando se descubre cansado de observar, sabe que tiempos mejores están por venir.


Por la puerta siguen apareciendo, puntuales, las tres comidas que le corresponden. Cuando deja de comer por más de cuatro días el gas llena las habitaciones y despierta atado de pies y manos a la camilla; el dolor urgente en la garganta y lancinante en los brazos indica que ha sido alimentado a la fuerza.


Cierra los ojos una vez más, toma aire y se concentra en la fuerza que imprime contra los amarres. Su brazo metálico comienza a temblar y su ritmo cardiaco se eleva hasta el punto de escuchar los latidos de su corazón.


   —𝑇𝑖𝑒𝑛𝑒𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑙𝑖𝑏𝑒𝑟𝑎𝑟𝑡𝑒. 𝐻𝑎𝑦 𝑞𝑢𝑒 𝑚𝑎𝑡𝑎𝑟𝑙𝑜𝑠, 𝑝𝑜𝑟𝑞𝑢𝑒 𝑠𝑖 𝑛𝑜 𝑙𝑜 ℎ𝑎𝑐𝑒𝑠, 𝑒𝑙𝑙𝑜𝑠 𝑙𝑜 ℎ𝑎𝑟𝑎́𝑛 𝑐𝑜𝑛𝑡𝑖𝑔𝑜.


Ahora son las voces en su cabeza, voces que le piden que vuelva a matar, voces exigentes que desde pequeño le han dictado todo lo que ha hecho. Abre sus ojos y continúa forcejeando, esperando que los amarres cedan. Se balancea con fuerza de un lado hacia otro hasta que el grillete de su brazo derecho se afloja un par de centímetros. 


𝐸𝑠 𝑒𝑛 𝑒𝑠𝑎 𝑢́𝑙𝑡𝑖𝑚𝑎 𝑚𝑎𝑛̃𝑎𝑛𝑎, 𝑓𝑟𝑒𝑛𝑡𝑒 𝑎 𝑙𝑎 𝑣𝑒𝑛𝑡𝑎𝑛𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑑𝑎 𝑎𝑙 𝑝𝑎𝑡𝑖𝑜, 𝑐𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑠𝑒 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑏𝑟𝑎 𝑑𝑒𝑙 𝑡𝑜𝑑𝑜.

Sin asco, sin pudor y sin regatear ruidos, empieza a recoger algunos excrementos para extenderlos sobre el cristal de la ventana como una patina protectora. Faltan algunos días y varias capas de mierda para acorazar por completo el vidrio ante la luz creciente. En la oscuridad absoluta se tiende a soñar, levantándose únicamente para comer lo suficiente y así evitar ser sedado. Es entonces, entre sueños oscuros, donde empieza a inventar los motivos de su cautiverio para darle algún sentido.






Report Page