03.

03.


Lo habían condenado a pasar unas horas en la oscuridad del cuarto trasero, castigo al que se había hecho acreedor por romper de golpe una reliquia de porcelana y faltarle al respeto a Virginie, su tutora. La oscuridad lo petrificaba. Del otro lado de la puerta todo se movía con una ignota: los reflejos de sus hermanos, las sombras, los objetos habitualmente inertes. Todo menos él. Su respiración en esas situaciones se convertía en una entidad ajena y al acecho.


ㅤㅤㅤ

   —Virginie es una maldita vieja chismosa —hubo un dejo de enojo y frustración en sus palabras. —No tenía que armar un incendio y mucho menos buscar a mi papá para que aceptara el castigo. Maldita vieja despiadada —masculló con una rabia mal contenida. 

ㅤ ㅤㅤ ㅤ

ㅤㅤ

Virginie no había vacilado ni un segundo en llevarlo del brazo hasta una de las bóvedas postreras y encerrarlo con llave. Doce años de vida y todavía le temía a la oscuridad que no negociaba, no hacía treguas, no escuchaba ni daba el brazo a torcer. La oscuridad se instalaba y se alimentaba, y en una de esas lo iba a dejar sin sangre. Su cuerpo no lograba responder a ningún dictado mental en parte porque su mente también se paralizaba. 

ㅤ ㅤㅤ ㅤ

ㅤㅤ

En medio de esa oscuridad, palpó los bolsillos delanteros de su pantalón y se cercioró de que en uno estuviera la linterna que cargaba consigo desde que su padrino se la regaló; la encendió, pero mantuvo los ojos cerrados hasta que la luz llenara el estrecho espacio y entonces esperó pacientemente contra una esquina mientras los muebles rechinaban, la madera crujía y su propia sombra caminaba más allá de sí mismo. Allí, entre el silencio y el espasmo, quiso planear su venganza.

ㅤ ㅤㅤ ㅤ

ㅤㅤ

De pronto un ruido le alteró los nervios. Unas ráfagas de viento se adentraron, ululando dolorosamente como los gemidos y lamentos de un desesperado y, el haz de luz de la linterna barrió la oscuridad que deformaba los objetos rotos, hasta que frente a él, muy cerca, apareció paralizado un roedor negruzco con dientes como estalactitas, un par de ojillos rojos al acecho y la cola anillada como culebra. Lo miró con una mezcla de extrañeza y repugnancia. En aquel instante, un mecanismo instintivo se puso en marcha; el impúber intentó disciplinar el asco que sentía y reprimió cualquier temblor sin detenerse a pensar. El corazón le martilleaba y las sienes empezaron a latir; tomó el primer palo que a todas luces resultaba insuficiente para enfrentarse al animal y lo situó con fuerza sobre la cabeza de la rata hasta ensartarlo dentro de ésta en el más siniestro hermetismo. El miedo, algunas veces, le daba valor. Aspiró con gusto el olor dulzón y penetrante de la sangre y la miró sin un ápice de culpa. 

ㅤ ㅤㅤ ㅤ

ㅤㅤ

Sin darle espera, colgó el bamboleante cadáver de la rata en el umbral de la puerta como un péndulo macabro. El cuerpo del roedor se balanceó en un lento vaivén, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda; los ojos del infante siguieron el movimiento en hipnótico compromiso con la situación. Apagó la linterna y sonrió. Su sonrisa traslució un placer sádico en medio de la oscuridad a la que nunca le volvió a temer.


ㅤㅤㅤ

   —Ya verás, Virginie. Ya verás cuando abras la gran puta puerta. 



Report Page